sábado, 16 de enero de 2010

PARA PENSAR SOBRE EL CONCEPTO DE RESILIENCIA

Una lectura crítica de la literatura existente sobre este tema lleva a sospechar que el concepto de resiliencia puede ser tautológico. Por ejemplo: “¿Por qué esta persona no presenta depresión, a pesar de haber estado expuesta a abuso sexual en la infancia. Porque es resiliente. ¿Y cómo saben que es resiliente. Porque no está deprimida." Esta falacia surge cuando se emplea el término resiliencia para denotar dos cosas distintas a la vez: (1) la relación entre los factores
de riesgo y la salud subsiguiente; y, (2) las variables que moderan el efecto de los factores de riesgo. Un ejemplo del primer uso del término sería “se considerarán resilientes todos/as quienes no están deprimidos". En este sentido, la resiliencia no es una variable psicológica en sí misma. Esto es, sólo puede medirse de acuerdo a la relación riesgo - salud definida a priori en un estudio particular. Lo que sí pueden ser variables psicológicas son los factores o mecanismos que explicarían esta resiliencia. Por otro lado, cuando el concepto de resiliencia se refiere al segundo aspecto, es decir, las variables que moderan el efecto de los factores de riesgo, se habla de las dimensiones de la resiliencia (ej. autoestima, redes sociales). Para evitar este problema proponemos usar el término en una sola de sus acepciones. Al momento de elegir una de ellas, no favorecemos la segunda acepción – es decir, para referirse a las variables que moderan el efecto de los factores de riesgo — ya que estas variables son relativas tanto al factor de riesgo
como al resultado que se mide.
1 . En primer lugar, los factores protectores frente a un factor de riesgo no serán necesariamente los mismos que frente a otro. Esto es especialmente cierto al comparar factores que ocurren a distintos niveles. Por ejemplo, si se toma la pobreza como factor de riesgo, es posible que se encuentre que el buen cuidado parental es un factor protector. En cambio, si el factor
de riesgo considerado es el mal cuidado parental, resulta ridículo pensar en el buen cuidado como factor protector. Por esto, no parece convenientereificar la resiliencia como si ésta fuese una característica absoluta y única que garantizaría la salud mental de la persona, independientemente de los factores de riesgo considerados.
2 . En segundo lugar, si queremos hablar de la resiliencia como el elemento clave que explica buenos resultados en personas sometidas a riesgo, esto implicaría una covarianza de los diversos resultados que se pueden medir. Actualmente existe evidencia empírica de lo contrario. Por ejemplo, de acuerdo a la revisión de Luthar y Zigler (1991), los niños y niñas sometidos
a altos niveles de estrés, y que a pesar de esto presentan buenos índices decompetencia social o conductual, presentan niveles de ansiedad y depresión comparables con los de aquellos niños y niñas menos adaptados conductualmente. Si existiese un solo mecanismo que explicase los buenos desempeños a pesar de la adversidad, esta discrepancia no hubiera debido existir. Los hallazgos arriba citados son consistentes con la distinción entre síntomas “externalizadores", orientados a la acción (como conducta agresiva), e “internalizadores", orientados al pensamiento (como ansiedad y depresión; Achenbach & Edelbrock, 1987). Una solución posible a este problema sería considerar medidas de resultado más amplias – p. ej., que incluyan tanto síntomas internalizadores como externalizadores - (Luthar & Zigler, 1991; Rutter, 1993). De acuerdo con esta línea, los niños y niñas que presentan una alta competencia social pero además presentan ansiedad, lisa y llanamente no serían resilientes, mientras que sólo lo serían aquellos y aquéllas que presenten una buena salud mental global. Sin embargo, si los mecanismos que llevan a los síntomas externalizadores no son los mismos que llevan a los internalizadores, entonces parecería conveniente estudiar ambas “resiliencias" por separado. Las medidas de resultado más amplias también son plausibles, pero no en desmedro de las medidas más específicas. Por estas razones, proponemos reservar el término “resiliencia" para referirse a la relación de discordancia entre un factor de riesgo específico (o un grupo específico de factores de riesgo) y uno o más aspectos, también específicos, de la conducta o la personalidad. O sea, si Juan sufrió abuso sexual cuando niño, y ahora él no presenta depresión, entonces lo llamaremos resiliente. O, mejor dicho, diremos que es resiliente a desarrollar depresión tras haber sido sometido a abuso sexual. En resumen, lo que proponemos es pensar en la resiliencia, no como una cosa, sino como un concepto que permite distinguir categorías de personas en un estudio particular.


Si quieren saber mas dejenme su correo y les dare el link , pues lo que muestro es una pequeña parte del articulo. Espero les haya gustado.
Se despide Diana.

viernes, 15 de enero de 2010

Terapias de tercera generacion

Bueno como no cuento con mucho tiempo, ya que llevo clases y estoy bastante ocupada con todo eso, encontre un escrito muy interesante acerca de las terapias de Tercera Generacion, mas explicado no puede estar. Aquie se los dejo.
La primera generación de técnicas conductuales estaba fundamentada directamente sobre el condicionamiento clásico y el operante. Esta primera generación de terapias tiene un carácter empírico, experimental y se centra en el cambio directo de la conducta. La segunda generación, incorporó las técnicas cognitivas. Actualmente, se ha abierto una tercera generación, en la que, sin perder de vista la base experimental y científica, se propone una recuperación del planteamiento contextualista, se renueva el énfasis en el análisis funcional y se profundiza en el papel que la relación terapéutica y el lenguaje natural —al fin, el que acontece en la consulta— juegan en la clínica. Estas terapias de tercera generación adoptan una perspectiva más experiencial y opta por estrategias de cambio de carácter indirecto. Se da relevancia al contexto y no al modo en que se presentan las conductas.
Hayes, difusor de esta idea de evolución de la terapia de conducta a través de tres generaciones sucesivas, diseñador e impulsor de la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) define las terapias de tercera generación como una aproximación empírica y fundamentada sobre postulados básicos, que se muestra particularmente sensible al contexto y a las funciones del evento psicológico, y no tanto a su forma. De este modo, enfatiza el papel de las estrategias de cambio contextuales y experienciales, más directas y didácticas. Los tratamientos incluidos dentro de este enfoque procuran alentar el desarrollo de repertorios más amplios, flexibles y efectivos en vez de tratar de eliminar problemas definidos de forma estrecha.
La terapia no sólo consiste en la aplicación de unas técnicas específicas diseñadas para desembarazarse de sensaciones o pensamientos desagradables (”negativos”), sino que se ve como un camino para ayudar al paciente a comprender que, con frecuencia, lo que debe hacer es aceptar el malestar y contextualizarlo adecuadamente. El paciente ha de comprender que su lucha por hacer desaparecer completamente el malestar, es infructuosa, a la larga, y que tal actitud puede ocasionarle más problemas. La tercera generación propugna la comprensión, la legitimación e incluso el aprendizaje de y desde los problemas psicológicos.
Este cambio de perspectiva también se ha reflejado en los manuales de tratamientos eficaces. Por ejemplo, Pérez Álvarez, Fernández Hermida, Fernández Rodríguez y Amigo Vázquez (2003) han subrayado la necesidad de no tasar el éxito de acuerdo únicamente con la desaparición de los síntomas típicos del trastorno (criterios DSM), sino también considerar otras medidas más globales como el ajuste psicosocial, la calidad de vida o la recuperación por parte del paciente de la capacidad para dirigirse hacia sus metas vitales.
Por otro lado, es importante señalar que las terapias de tercera generación tratan de promover cambios necesarios para ayudar a la persona a recuperar una vida más plena o más cargada de sentido, pero no se considera el objetivo de la intervención la desaparición de los síntomas.
Los problemas se contemplan desde una perspectiva ampliada y se estima que las intervenciones terapéuticas únicamente preocupadas por el control de la ansiedad, los pensamientos o estados de ánimo provocan, a la larga, un malestar más acusado y una cronificación de las dificultades personales. Como alternativa proponen el concepto de aceptación resulta clave en casi todas las terapias de tercera generación.
Terapias que encajan dentro de las terapias de tercera generación serían:
Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT).
Psicoterapia Analítica Funcional (FAP).
Terapia de Conducta Dialéctica.
Terapia Integral de Pareja.
Terapia de Activación Conductual.
Terapia Cognitiva con base en el Mindfulness.
No obstante, es muy posible que en el futuro próximo veamos nuevas incorporaciones a este grupo.
Existen una serie de características comunes a las terapias de tercera generación:
Aceptación.
Persecución de valores vitales.
Evitación de la literalidad del lenguaje.
Reforzamiento natural en el entorno clínico.
Énfasis en el contexto y la función del comportamiento. Se le concede importancia al marco o campo en el que se da el evento psicológico (contexto). No se ve al sujeto como víctima de un “trastorno”, sino como alguien que actúa en función de un contexto determinado
Recuperación del análisis funcional. El psicólogo debe tratar de comprender la función de la conducta y no quedarse únicamente en su forma. Es decir, aprehender para qué le sirve, en ese caso concreto, al sujeto su comportamiento, por qué necesita actuar así o qué gana (y qué pierde, quizás, a la larga).
Consideran la clínica como un ámbito donde no se debe renunciar a la psicología científica y en donde se ha de incorporar la observación directa así como la práctica de los principios operantes.
13 de Diciembre de 2009 escrito por Beatriz Sarrión Soro.